En 1990, Warren Beatty andaba de su brazo y Breathless Mahoney era el rol de su vida. Un platinado cabello corto amoldaba su perfecta figura al ritmo del voguing, el baile que había descubierto en las discotheques gay underground de Nueva York y su música estaba al tope de cualquier radio. Madonna, con ese aire único que la caracteriza y la sensualidad que desprende en cualquier etapa de su carrera, explotó al toparse con el fotógrafo al que le gustaba, precisamente, explotar la sexualidad femenina: Helmut Newton. Y Vanity Fair fue la revista testigo de toda esta sesión de fotos.